
Crónica de un libro que sabe gritar
Por: Juandiego Serrano
Escritor, editor
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El día miércoles 27 de noviembre de 2024, a partir de las 6:00 de la tarde, en el Salón Río de Oro de la Sede UIS Bucarica, en Bucaramanga, se dará el evento lanzamiento del poemario Libro del desalojo, autoría del director de esta revista. El autor de estas páginas ha fungido como editor de la obra, siguiendo la estela del libro. Esta es una crónica ofrecida a un libro cuya vida comienza, y que los colaboradores de la revista celebramos con alegría. Una necesaria, pues muchas veces contemplamos los libros solamente como productos, cuando pueden ser otras cosas.
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El pasado 15 de octubre de 2024 fue oficializada la lista de ganadores del Programa Departamental de Estímulos al Sector Artístico y Cultural de Santander 2024, “Cultura con Berraquera”, convocado por la Gobernación de Santander y operado por la Corporación Centro Cultural del Oriente colombiano. En el área de literatura, en la línea de trabajo de creación, saltó a la luz el título de una obra ganadora, el poemario Libro del desalojo, autoría del director de la revista Encuentros, Luis Álvaro Mejía. El jurado del área, compuesto por Jaime Arbey Atehortúa Sánchez (Antioquia), Carlos Alberto Polo Tovar (Atlántico) y Luz María Chavarro Orozco (Valle del Cauca), encontró en la postulación a uno de los quince ganadores de la convocatoria departamental, para una lista con varios libros de poemas beneficiados.
El beneplácito de tal anuncio, fue el de ver allanadas las posibilidades de existencia de un libro que se viene cocinando desde hace mucho tiempo, y que el autor guardó en su gaveta en múltiples ocasiones. Unas, guiado por el inconformismo del autor indeciso, otras dejándose llevar por la paciencia elaborativa del tiempo, otras más por la necesidad de apreciaciones estéticas de escritores amigos, y unas más por la necesidad de encontrar el mejor momento para exponer sus versos. Entre el tiempo de surgimiento y la fecha de publicación del libro, sin embargo, pasaron casi veinte años.

Una primera versión fue alcanzada para el año 2007, cuando el autor fungía como director cultural de la Universidad Industrial de Santander (UIS), en donde recuerda haber procreado la idea de este libro. Los sentimientos originales explotaron en la vivencia en tiempo real de los gobiernos en que fueron practicados los falsos positivos, y que, tras décadas de desplazamiento acumulado por fenómenos sucedáneos, como la construcción beligerante de la infraestructura nacional, la concentración de población en las ciudades, el conflicto interno en el contexto rural, el narcotráfico y la lucha contra la droga, llegaba al siglo XXI con una nueva forma de vulneración de derechos humanos, especialmente en los territorios descentralizados del país. Hablar por los territorios inundados por la muerte y golpeados por la separación y el desarraigo, intentar adoptar esa voz, fue el aliciente original.
El contexto comenzó a cambiar su retórica en las postrimerías del proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), en cuya erección de entidades para el recogimiento de la memoria y la reconciliación colectiva, como el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (desde 2008), la ley de Restitución de Tierras (2011), la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP, desde 2015) y la Comisión de la Verdad (desde 2017), surgió un nuevo panorama. El conocimiento público de cifras derivadas de la violencia, y el estudio especializado del fenómeno, caracterizado por temas, problemas y territorios profundizados de forma inductiva y testimonial, permitió al país entrar en una dinámica de reconocimiento factual de las condiciones de vida experimentadas durante más de medio siglo, en el contexto siempre inhóspito de la violencia. Los informes del Centro Memoria comenzaron a dibujar una realidad que, a ojos de un país en la preparación de un proceso de paz, resultó alarmante, testigo de un dolor que, solamente al asumirse, podría llegar a tratarse adecuadamente algún día.
En ese contexto, Luis Álvaro recuerda su encuentro con la comunicadora social y cronista Patricia Nieto, una de las varias personas que invitó a la UIS para compartir experiencias en torno a la construcción de ciudadanías para la paz. Tras realizar una presentación de la primera edición de su libro Los escogidos en la universidad, que ganara el premio del Círculo de Periodistas de Bogotá, Patricia escribió en la dedicatoria del libro: “Los devotos de Puerto Berrío nos cuenta que tienen esperanza; y yo, no hago más que quejarme”. Al practicar talleres de escritura creativa con víctimas del conflicto, al investigar sinnúmero de casos asociados a la violencia rural y urbana antioqueña, tras oír e intentar digerir las historias de vida transadas por la desesperanza, la cronista no hacía otra cosa más que padecer lo mismo que padecía Luis Álvaro, que era la necesidad de gritar, y tratar de apaciguar los espasmos engendrados por la alegría ambigua de un país con muchas tristezas. Luis Álvaro se quedó inmóvil en Tres Culturas tras el evento, y se quedó ojeando la dedicatoria, y se quedó oyendo los fantasmas del silencio que aguardaban en su libro.
No es difícil saber que los hechos que sucedieron al proceso de paz del gobierno Santos con las FARC-EP, acrecentaran la necesidad del autor de gritar, a través de la poesía. Los resultados negativos del plebiscito sobre el acuerdo de paz de Colombia de 2016, y la subsecuente llegada al poder de Iván Duque Márquez (2018-2022), producto de la facción política que mayores conflictos tenía para con el proceso de paz, hizo que el autor asumiera, desde 2018, la necesidad abdominal de publicar el libro. En su noción de las cosas, era inadmisible callar y silenciar los sentimientos de indignación generados por gestiones políticas indolentes. Era hora de dejar salir los gritos, la cacería de sentimientos extraviados en el tiempo del anonimato de las víctimas, pasadas por el tejido y la piel del escritor.
Fue así como recogió las notas apreciativas que le habían ofrecido unos pocos lectores amigos tiempo atrás, para jugársela de frente con el que, hasta entonces, era un solo poema. Así, en esa forma y pensamiento, lo publicó en la revista Espiral, adscrita al departamento de Docencia e Investigación de la Universidad Santo Tomás de Aquino, en Bucaramanga, para su volumen 18, número 2 (2018). La publicación ayudó al autor a tomar un nuevo aire, a frenar la ansiedad generada por un texto que le hablaba al oído por las noches. Y fue así como convocó a nuevos lectores para recoger nuevas miradas y apreciaciones para el texto, a fin de habilitar una autopista de revisión y corrección para finalizarlo, o concluirlo en una versión publicable.
En 2021 volvió a intervenir el texto, hasta alcanzar una versión satisfactoria para sí mismo, que socializó entre varios amigos. Ahí fue que llegó el libro a mis manos, y pude leer las únicas palabas que uno de los amigos lectores le había ofrecido al poemario, años atrás: “es un libro profundo a más no poder, fulminante y feroz. Fuerte y que no teme gritar. Creo que las fortalezas del libro son esas precisamente, una temática bien desarrollada, una estructura narrativa evidente, una intención bien esbozada”, esgrimía la nota de John F. Galindo sobre el mecanógrafo, con unas recomendaciones sobre usos verbales, versos y conceptos, a balancear con el avance enunciativo del texto. Coincidí con estas palabras, pero, sobre todo, me encontré con un texto de característica redonda, en términos de planificación y ejecución de un tema y una voz, y con una estética remarcable por la diferenciación de esta voz con los usos candorosos y evocadores de sus poemarios anteriores, o los ecos coquetos de sus libros de cuentos infantiles.
Este libro, a la par de sus poemarios y libros infantiles, sin embargo, coincidía en dos factores: era solidario y justiciero, respectivamente, a pesar de ser filoso en todas sus esquinas, dueño de una inclemencia enunciativa cuyo látigo de cuero permitía pasar la saliva al rastrillar los versos, pues las palabras pesan en este conjunto de versos. Los versos salían de la voz de un hombre que se encontraba retirado, jubilado como director cultural UIS, y en ejercicio de distintas empresas de gestión educativa, cultura y ambiental. Había pasado el tiempo en la vida del escritor, aunque las palabras del libro todavía no habían pasado.
El conjunto de poemas cortos, entonces, se convirtió en un reto de uniformidad y fuerza, y las esquirlas del daño que producían, en la sensibilidad del lector, fueron trabajadas palmo a palmo por el editor, en estrecha relación con el autor. Al punto de dimensionar un poema largo en las características de lo alcanzado para 2024, que es lo mismo, un poema largo, pero que también se lee como un poemario, como un libro de poemas. La percepción de la organización en secciones del libro, permitió balancear los contenidos y retrabajar algunos usos verbales, al punto de ajustar la dirección de sus embates. El esfuerzo principal se concentró en otorgar al lector algo del estilo del autor, que parecía estar ausente dentro de las intenciones inclementes en la enunciación final del poemario. Hacía falta algo de reasunción, el hálito de la esperanza cayendo blando sobre los efectos de un cuerpo herido, con que suele trabajar el autor. Y, junto con el tratamiento puntual de los poemas, se alcanzó una versión que, para fortuna de los lectores, saldrá a la luz con la capacidad de herir la insensibilidad y acariciar la tristeza.
A publicarse por la Fundación Santandereana para el Desarrollo Regional (Fusáder), en un formato cuadrado con diseño editorial e ilustraciones de Harold Rivera Gómez, que utilizó en varias de las ilustraciones las fotografías de algunas esculturas del maestro Pedro Villamizar y que diseñó un patrón de seguimiento tonal de las partes del texto, contará con el prólogo de Juan Carlos Moyano, que comienza el libro bajo el subtítulo de “Signos contra el olvido”. Una edición de 78 páginas que ha sido preparada para otorgarle al libro la cualidad de belleza palpable en un empaste de páginas, y en una muestra portable (.pdf), los dos formatos en que será divulgado el libro.
De la mano de Adonis, Luis Álvaro Mejía nos guía por la hondura de cientos de historias que caben, en ocasiones, en los trazos de una línea de verso. Versos de tres a cinco líneas, en sesenta y cinco poemas, adoptan el espíritu del poeta sirio para expandirse en una voz tremenda, punzante, fabricante de imágenes que ondulan en la desolación al vacío, hasta que la cama del dolor es preparada para la víctima, hecha lector.
Como editor, me permito socializar las palabras que escribí para la contratapa, y que espero sirvan de introito para la apreciación estética de un libro portador de una altiva competencia para explorar las condiciones sensibles del ser colombiano:
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Este libro se lee como un poema largo de pequeñas imágenes, o como un libro de poemas hondo, de inmersiones. El desalojo se teje en la asunción del dolor, compuesta por tres ciclos. El primer ciclo es el dolor mismo, palabras de estupefacción, el aparecer del silencio en el escenario vulnerado. En seguida se prosigue con la muerte, un encuentro desbordado por el vacío. La desolación se afianza en las palabras, cuyo contacto, parece todo menos un hallazgo. El ciclo final es el de la caída. Lejos de sentirse inerme, ante el peso de la violencia, el despojo se afronta, y el dolor no solamente se comunica en el vacío del exiliado, del desplazado. Es la adhesión de la fuerza al conjunto de sentimientos de un territorio, para la cual la palabra de los muertos representa la posibilidad del desalojo del silencio mismo.
El editor
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